La llegada de las impertinentes: La primera ola del feminismo y cómo la revolución francesa la guillotinó

“Me declaro en contra de todo poder cimentado en prejuicios, aunque sean antiguos”

Mary Wollstonecraft

En 1789 los franceses se levantaron. Los burgueses, nobles y populares se unieron contra los privilegios de la nobleza gala. Con apoyo de mandos y tropas de los regimientos se tomaron la fortaleza de la Bastilla y la búsqueda de derechos civiles comenzó en Europa, atemorizando a todas las monarquías aledañas.

Las ideas de “fraternidad, Igualdad y Fraternidad” solo alcanzaron al hombre francés. En tanto, las mujeres   que participaron en la revolución – y también las que no – terminaron con peores condiciones que antaño. 

Las mujeres de la Revolución Francesa observaron con estupor cómo el nuevo estado revolucionario no encontraba contradicción alguna en pregonar a los cuatro vientos la igualdad universal y dejar sin derechos civiles y políticos a todas las mujeres
— Ana de Miguel, en “Feminismo para principiantes” de Nuria Varela

“La ciudad de las damas”: una mujer brillante fuera de época

Antes de que naciera el feminismo, existieron antecedentes de mujeres que habían denunciado la situación que vivían por el mero hecho de ser mujer, pero al no cuestionarse el origen de la subordinación femenina ni articulado un pensamiento crítico al respecto, no podemos denominarlos surgimientos de movimientos feministas.

A partir del Renacimiento y de la idea del “hombre renacentista”, que más que un ideal humano, se trataba de un ideal masculino, y se da inicio a un debate en torno a la naturaleza y deberes de los sexos – para esta época estamos lejos del “género” como debate feminista -, pero todos lejos de posicionar a la mujer en un rol más equitativo.

Y si hablamos de precedentes importantes, Christine de Pizan es un gran ejemplo de ello. Nacida en Venecia en 1364, a los cuatro años se mudó a Francia y nunca volvió. En pleno siglo XIV, a los 25 quedó viuda – luego de casarse a los quince con un hombre diez años mayor -, a cargo de sus tres hijos, su madre anciana y una sobrina sin recursos.

Revisando la bibliografía de la época, Christine se encontró con imágenes no muy favorecedoras de las mujeres. “Me preguntaba cuáles podrían ser las razones que llevan a tantos hombres, clérigos y laicos a vituperar a las mujeres (…) Si creemos a esos autores, la mujer sería una vasija que contiene el poso de todos los vicios y males”, expresó. 

A partir del surgimiento de aquellas ideas claves, nace “La ciudad de las damas”, obra en la que reflexiona sobre cómo sería esa ciudad donde no habría ni guerras ni caos promovidos por los hombres. Además, defiende la imagen positiva del cuerpo de la mujer y aseguró que otra hubiera sido la historia de las mujeres si no hubiesen sido educadas por hombres.

“La ciudad de las damas”, como muchas otras obras, fue adjudicada a un hombre, hasta que en 1786 Louise de Kéralio recuperó su autoría para Christine de Pizán.

Christine de Pizán


PRIMERA OLA: LA LLEGADA DE LAS IMPERTINENTES

Las declaraciones de la Ilustración y de la Revolución francesa que se mantienen como hito hasta hoy – libertad, igualdad y fraternidad – no quedaron a disposición de las mujeres. Sin embargo, ante aseveraciones políticas como “todos los ciudadanos nacen libres e iguales antes la ley”, el nacimiento del feminismo fue inevitable.

El 5 de octubre de 1789, miles de mujeres armadas marcharon desde los mercados de París hasta el Palacio de Versalles exigiendo al Rey atender sus preocupaciones económicas y de hambruna. Pero las demandas propias de las mujeres del siglo XVIII eran el derecho a la educación, al trabajo, derechos matrimoniales y respecto a sus hijos, y en la recién estrenada idea de democracia contemporánea, el derecho al voto.

Cuando quedaron excluidas de la Asamblea General, se volcaron a los Cuadernos de Quejas, donde hicieron resonar sus voces a través de escritos. Desde las nobles hasta las religiosas participaron en este testimonio colectivo de esperanza que significaban los cambios que se vivían en Francia por aquella época.

Dentro del Cuaderno de Quejas y Reclamaciones podemos encontrar argumentaciones de porque, a final de cuentas, los derechos de las mujeres parecían una obviedad para muchas de ellas.

Toma de la Bastilla, obra pintada por Jean-Pierre Houel

Se podría responder que estando demostrado, y con razón, que un noble no puede representar a un plebeyo, ni este a un hombre, del mismo modo un hombre no podría, con mayor equidad, representar a una mujer, puesto que los representantes deben tener absolutamente los mismos intereses que los representados: las mujeres no podrían pues, estar representadas más que por mujeres
— “La voz de las mujeres en la Revolución francesa. Cuaderno de quejas y otros textos”, Alonso y Belinchón citados en “Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos” de Mary Nash.

A pesar del razonamiento detrás de los Cuadernos de Quejas de las mujeres, estos no fueron tomados en cuenta. En agosto de 1789 la Asamblea Nacional proclama la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, en el cual las mujeres como sujetos de derechos quedaron fuera de la narrativa


DECLARACIÓN DE DERECHOS DE LA MUJER Y DE LA CIUDADANA

Dentro de los textos fundamentales de la democracia occidental está la Declaración de derechos del hombre y del Ciudadano, pero la no inclusión de las ideas femeninas surgidas en la revolución, ardió en el corazón y mente de aquellas mujeres que, a pesar de todo, también se encontraron en la primera línea francesa.

La escritora Olympe de Gouges redactó la Declaración de los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana en 1791, como respuesta al documento emancipatorio masculino redactado dos años antes. Esta réplica feminista es una de las formulaciones políticas más claras en defensa del derecho de la ciudadanía femenina.  

Olympe de Gouges, retrato de Alexandre Kucharski

La mujer tiene el derecho de ser llevada al cadalso y, del mismo modo, el derecho a subir a la tribuna
— Artículo X, Declaración de la Mujer y de la Ciudadana. Olympe de Geuges.

Con su declaración, Olympe denunciaba públicamente que la revolución que proclamaba la igualdad había negado los derechos políticos a las mujeres y que, por tal razón, los revolucionarios mentían cuando hablaban de “principios universales”.

De Gouges fue otra mujer fuera de época; con más de cuatro mil hojas de escritos revolucionarios que abarcan obras de teatro, panfletos, libelos, novelas autobiográficas, textos filosóficos, satíricos y utópicos, se le acusó de no saber leer ni escribir. Se refería al matrimonio como “la tumba del amor y de la confianza”.

A sus 22 años, y tras la muerte de su marido, se mudó a París y cambia su nombre al que hoy conocemos. Era inteligente, indomable, experta a menudo en provocar al sexo masculino y apasionada en la defensa de los asuntos más comprometidos, desde la prisión por deudas hasta la esclavitud. En una época donde la guillotina era tan común como las protestas, su futuro parecía estar escrito con la misma tinta que sus apasionados pensamientos.

En 1973 Olympe fue guillotinada sin haber subido nunca a una tribuna. Sus ideas sobre la emancipación de la mujer fueron demasiado impertinentes en la primera Revolución Francesa.


ATADAS DE PIES Y MANOS FRENTE A UN NUEVO SIGLO

En 1793, el poder masculino recién conseguido reaccionó. Las mujeres son excluidas de los derechos políticos recién estrenados. En octubre de aquel año se ordena que se disuelvan los clubes femeninos. No pueden reunirse más de cinco mujeres en la calle y muchas son encarceladas.

En 1795, se prohíbe a las mujeres asistir a las asambleas políticas, y aquellas que se implicaron políticamente fueron llevadas a la guillotina o al exilio. Para cuando terminan los primeros levantamientos franceses y comienza el siglo XIX, las mujeres entraron atadas de pies y manos.

Los avances teóricos feministas entregados gracias a la Ilustración son gigantes y, muy por seguro, desconocidos. Aun deben existir muchas historias de la época que ayudaron a que las mujeres se encuentren en la posición que hoy están. Sin embargo, el fin de la primera ola trajo consigo fuertes amarres legales hacia las mujeres. 

Quince años después de que se les prohíba a las mujeres participar en las asambleas políticas, se instaura el Código Napoleón en casi toda Europa, el cual establece nuevamente el matrimonio como un contrato desigual, exigiendo la obediencia de la mujer al marido. Este nuevo derecho penal fijó para ellas delitos específicos, como el aborto y el adulterio, que consagraban una vez más que el cuerpo no les pertenecía.


Leer este tipo de historia nos revela lo mucho que han cambiado ciertas cosas, y lo poco que lo han hecho otras. La idea de que el cuerpo femenino no es propiedad de nadie más que de la mujer aun parece ser un punto de quiebre en nuestra sociedad, a pesar de que el debate lleva más de tres siglo.