Claudia Apablaza, escritora: “Más que abordar la sequía en sí, me interesaba explorar el presente y el futuro del agua”
“La siembra de nubes” es el nuevo libro de la escritora chilena, Claudia Apablaza.
El libro ya está disponible en librerías y plataformas en línea.
La escritora y editora de Los Libros de La Mujer Rota, acaba de lanzar La siembra de nubes (Seix Barral), una novela que mezcla memoria familiar, política y medioambiente. A través de Amelia, una investigadora de esta técnica para hacer llover de manera artificial, explora contradicciones personales y otros dilemas. En esta entrevista, la autora también reflexiona sobre su propia memoria histórica y advierte sobre los riesgos de un gobierno de ultraderecha para los derechos sociales y culturales del país.
¿Cómo surge la idea de la Siembra de nubes?
Fue algo que empecé a trabajar el 2019, antes de la pandemia, a trabajar un poco, porque yo tenía otro libro. Se me había olvidado eso, qué fuerte. Se llamaba “La felicidad de los ventiladores”, una editorial lo había aceptado, habíamos quedado para hablar en dos días más y fue el estallido social. Todo cambió de giro. Fue ese momento en el que las cosas importantes dejaron de serlo y otras cobraron mucho valor. Entonces lo desestime. En esa época, tenía el esqueleto del texto pero lo que realmente pasó es que La felicidad de los ventiladores era un libro acerca del corazón, donde el personaje tiene un defecto congénito y bueno, dije no, esto es muy personal e íntimo.
Muy como Jorge (Jorge Nuñez, su marido)
Exacto. No era transversal y dije, estoy pensando solo en mi misma. El estallido social me removió muchísimo, ya no quería hablar de lo que me pasaba a mí, sino a otros. Después me dediqué estos cinco años a armar una novela que se alejara de mí. Me puse como desafío trabajar un texto que fuera más ficcional, que estuviera arraigado a ciertos elementos personales, pero que no fuera lo que lo cruzara. Al final, lo que hice con “La siembra de nubes” fue entrelazar muchas historias familiares y reconfigurar ese mapa. Porque moví un poco los personajes como Aquiles, que en realidad sí existe dentro de mi familia, pero no es la persona que sale en la novela. Rearmé un poco esa configuración para hablar de la memoria familiar, pero pensando en que es súper nebulosa, por eso hice este ejercicio o utilicé este recurso en la escritura y lo mezclé quizás con las nubes, donde todas estas historias familiares se van moviendo y conectando unas a otras, pero también cambiando según desde donde uno las mire.
En plena pandemia, nace el germen de la escritura
Claaaro. Pero en general el libro parte cuando en la universidad nos hicieron hacer un trabajo en torno a nuestra biblioteca: Por qué teníamos ciertos libros, cuáles teníamos, de dónde habían salido. Hice un pequeño ensayo acerca de la que tenía en mi casa y hablé con una profesora que me dijo que quizás daba para un trabajo de largo aliento. En el libro (La siembra de nubes), Amelia está yendo del país a estudiar, pero tiene que dejar sus cosas en Chile y entre ellas su biblioteca. Yo creo que ahí nace el germen, en ese pequeño ensayo académico donde reflexiono de la biblioteca, qué cosas tiene que dejar y a dónde se va a ir y a qué se va a ir. Y ahí empiezan las preguntas: ¿Por qué a Canadá y no a Australia?, finalmente la sitúo allá porque estuve en una residencia de escritores que no tiene nada que ver con la siembra de nubes, pero el lugar, el Centro Banff, es una cosa ultramoderna que no parece una residencia sino una ciudad científica y dije ahí la tengo que ubicar. Además, queda en las montañas, alejado de la urbanización. Es el lugar ideal donde se podía desarrollar un proyecto como la observación de nubes.
¿Y cuánto más de tu propia experiencia está reflejada en Amelia?
Tomé este personaje porque igual tiene puntos de encuentro con mi biografía. O sea, ella estudia las nubes y las lluvias porque yo soy de la sexta región. Sé que en todo el país la lluvia es importante para los cultivos, para evitar la sequía, pero es primordial para esa región que está principalmente dedicada a los cultivos.
Cuando decidí que el personaje no fuera ni una escritora ni una investigadora, dije bueno, ¿qué oficio va a tener esta mujer? Como estaba trabajando ya con memoria familiar, elegí esto de las lluvias, pensando en mis abuelos, porque los dos se dedicaban a cultivar y de las lluvias dependía si había cosechas, si no había cosechas, si era buena o no, entonces dije, si la lluvia es tan importante y los atravesó tanto, quiero pensar a esta mujer también en lo contemporáneo relacionada a la siembra y la lluvia. Así llegué a esta técnica que me pareció alucinante porque tiene su lado positivo y su lado muy negativo, claroscuros de esta aproximación. Y por otro lado, también porque si uno lee el título sin saber que existe la técnica, inmediatamente lo remite a lo poético.
¿La novela también dialoga con la sequía y los cambios climáticos que atravesamos?
El tema de la sequía siempre me ha tocado, porque, no sé si te pasa, que desde toda la vida he tenido este recuerdo medio encubierto de cuando te decían “no, si antes llovía de otra forma”. Cierto, antes había más lluvia,no había sequías y parece ser que siempre hay alguien de la familia que lo dice. En Chile hemos vivido períodos con restricciones de agua e incluso de electricidad, pero más que abordar la sequía en sí, me interesaba explorar el presente y el futuro del agua.
En el fondo estamos rodeados de agua e independiente a eso, la escasez de ella va a ser el desastre del futuro. Entonces hemos llegado hasta cierto punto de desarrollo tecnológico y aún no se puede utilizar esa agua salada o lo que sea revertir y hacerla utilizable.
Y además, evidentemente, me interesaba tratar las políticas del agua. Eso era importante, por ahí dentro del texto se dejan ver algunas cosas. Pero imagina, si uno piensa en los pueblos originarios y en cómo se les han sido arrebatados sus territorios donde grandes empresas hidroeléctricas, les han quitado sus ríos, sus tierras, etcétera, todo al final se convierte en un conflicto histórico muy particular sobre el agua.
¿Y los personajes tienen una posición política al respecto?
Sí, la novela se sitúa en el presente y Amelia, junto a su grupo de investigación, tienen una posición política muy clara frente al cuidado del agua. Es una mujer ecológica, utiliza la mínima cantidad de recursos, cuida muchísimo el uso del agua, recicla y tiene un compromiso medioambiental que recorre todo el libro. Y no solo a nivel personal; también pertenece a grupos de investigación dedicados a estos temas. Se va fuera de Chile a un centro especializado, así que está muy involucrada políticamente con esta realidad. Pero está el contraste entre ella y su memoria frente a esos cuidados. Por ejemplo, hay una discusión con sus padres que le dicen que ella piensa que la siembra de nubes es demoníaca, pero sus abuelos la habrían necesitado. Ahí se cuestionan los avances tecnológicos versus las necesidades vitales.
Como ahora, que está tan marcada esa polarización dentro de la familia…
Sí, eso se ve mucho en el texto. Quise mostrar ese Chile del presente, los padres de derecha; la abuela, mucho mayor, que es de izquierda y con quien ella (Amelia) se siente muy identificada; un tío de setenta y tantos que también es de izquierda, víctima de la dictadura y el exilio; y la tía que antes era de izquierda, estudiaba en el Peda, y después se volvió de derecha. Reflejar todas esas aproximaciones a lo político.
Amelia es muy de izquierda y activista del clima, pero también tiene contrapuntos. Por ejemplo, una mujer más joven en el centro de investigación en algún momento le dice que la siembra de nubes no es el problema, sino el cuidado de la naturaleza y de las cuencas. Ese giro generacional muestra nuevas perspectivas frente a un fenómeno. A Amelia se le cuestiona y ella también lo hace. Porque no quería que fuera un personaje que supiera todo, ni que fuera políticamente correcto. En cambio, tiene muchísimas contradicciones y oscuridades. Fuma y se siente culpable por el cuidado del medio ambiente, esconde los cigarros, tiene relaciones tóxicas, hace drogas.
“Quise mostrar ese Chile del presente, los padres de derecha; la abuela, mucho mayor, que es de izquierda y con quien ella (Amelia) se siente muy identificada; un tío de setenta y tantos que también es de izquierda, víctima de la dictadura y el exilio; y la tía que antes era de izquierda, estudiaba en el Peda, y después se volvió de derecha. Reflejar todas esas aproximaciones a lo político”.
Síii, tiene un rollo con las drogas sintéticas. Me encantó ese lado del personaje…
El otro día me decían, pero bueno, esta chica es súper activista del clima, de la naturaleza, e igual se droga. Y yo respondía que estaba apelando a las contradicciones del personaje y también a su deseo, que es algo inconmensurable.
También quise pensar, “¿Qué pasa con alguien que trabaja en un laboratorio y está constantemente rodeada de sustancias?”. Evidentemente aparece la curiosidad de probar, de engancharse, sobre todo en un personaje como ella, que tiene muchas cosas claras, pero también arrastra una gran ansiedad. En ese sentido, es una mujer súper curiosa, incluso sexualmente. Todo eso se representa durante tres semanas antes de irse. También la poética de la nube está trabajada en esos veintiún días, condensar experiencias que están cerca de explotar, como si fuese a llover… siempre a punto.
Además de la investigación académica, ¿qué lecturas o referentes te acompañaron en la construcción de esta novela? Me imaginé que eran textos de investigación, pero tiene una forma de escritura muy particular tuya y, además, como tierna…
Puede ser, sí. Siento que también el paso del tiempo influye. Uno va cambiando su escritura, su discurso frente al texto. Nos vamos puliendo un poco y esta novela me sirvió para encontrarme y salirme un poco de ese libro fragmentario, raro, para contar una historia. Lo que dice Gabriela Wiener en uno de los paratextos es que ahora me atreví a contar, y sentí que ese fue el desafío de este libro.
Después le siguieron otras cosas. Ahora estoy trabajando en dos libros. Retomé La felicidad de los ventiladores para ver qué puede salir de ahí. Igual hay muchísimos libros escritos acerca del corazón y me parece súper bien. Acaba de salir el de Sofía Balbuena —Sutura—, todavía no lo leo, pero lo quiero leer. También el de Daniela Tarazona… Quiero darle una vuelta al tema de La felicidad de los ventiladores: quizás no tiene que ser el corazón, o quizás sí. Aún no lo sé.
Y por otro lado estoy con una nueva novela, que ya es más larga de contarte, pero en ella estuve retomando el tema de la migración.
Y acá, en La siembra de nubes, trabajas full con la memoria, otro de los hilos de tu escritura, ¿Fue difícil entrar en ese espacio?
Sí. Al menos en este libro fue una urgencia. Desde hace muchísimo tiempo quería trabajar un texto que se centrara en esta memoria familiar y política de un personaje que fue niña en dictadura. Para mí era un desafío, y evidentemente no es un desafío solamente personal; sino que muchas escritoras y escritores en Chile lo tienen. Siento que me lo debía un poco, lo tenía circulando, pero no encontraba el momento o la forma. Tampoco suelo forzar temas ni que sean importantes solo porque sí. Creo que el libro se va dando poco a poco con el paso de los años, con el trabajo de escritura uno va amasando algo.
Es que se nota mucho cuando algo es forzado…
Sí, se nota mucho. En cambio, en este texto lo sentí —no sé si se nota desde afuera, pero yo lo sentí— en mi propia escritura y en mi propio proceso literario, muy genuino, y que atravesaba completamente el deseo de hablar.
Yo creo que antes tampoco tenía las herramientas como para abordarlo sin hacer de él un panfleto. Sentía que tenía que prepararme. Y el otro día en el lanzamiento, cuando presenté en Barcelona, le decía a Belén López Peiró que me había preparado mucho para esto, porque fueron muchos años de escritura, de trabajo, de divagación textual para llegar a lo auténtico de esta novela.
Hablando también de memoria, y llevándolo a las votaciones que acaban de ocurrir en Chile…
La poca memoria que hay en este país.
Como agente cultural que trabaja con fondos de arte y cultura, ¿cómo percibes la situación actual y qué desafíos anticipas si llega al poder Kast?
Para mí fue algo esperado. Sabíamos que íbamos a estar frente a este escenario, ¿cierto? Pero también tenemos ciertas herramientas para visualizarlo. Tampoco nos cayó de golpe. Incluso antes de ir a votar sabíamos que el escenario que estamos pisando evidentemente ya se arrastra. No vamos a hablar de los 50 años, pero también viene desde que se rechazó el último proyecto constitucional.
La verdad es que yo veo un escenario peligroso en todo sentido, en retroceso de nuestros derechos sociales, culturales, todo. Tengo mucha incertidumbre sobre cómo vamos a enfrentar algo así. Porque van a ser cuatro años de un gobierno totalmente antidemocrático. Bueno, espero que no sea. Me encantaría que ganara Jara. Todavía tengo esa pequeña esperanza.
Si gana Kast van a ser cuatro años muy difíciles y peligrosos para las mujeres, la comunidad LGTB y para todo el mundo. El retroceso de nuestros derechos de base creo que va a ser super violento. Y que va a haber un arrepentimiento muy grande si gana Kast, así como la gente que se arrepiente de haber votado por Trump o por Milei.